Llega un momento en la vida
en el que ya no se puede
vivir de lo que fuimos.
Sólo nos queda el desafío
de seguir inventándonos hasta el final
Ya he dejado atrás, hace tiempo,
la seguridad del asfalto.
Me lancé a deambular
por esas pistas polvorientas de trabajo
que nunca sabes
a dónde te van a llevar.
Me ha tocado pasar
por caminos estrechos,
semicubiertos de hierbas y maleza.
Ahora ya los he perdido de vista
y me encuentro cara a cara
con la formidable silueta
de la cumbre final.
Siento el eco de voces que me llaman
desde el fondo del valle del pasado,
como un viento circular que me envuelve,
y arremolina en mi mente recuerdos
como a las hojas caídas de otoño,
pero ya no se puede volver.
Sólo me queda el tramo final:
sin volver la vista,
sin sendas definidas,
sin señales,
sin pisadas
que hayan ido por delante.
Paso a paso,
iré trazando mi propia ruta
con una mochila sencilla,
cargada de experiencias,
siguiendo la brújula de la intuición
hasta alcanzar esa cumbre
donde, por fin,
me encuentre a mí mismo.