viernes, 9 de septiembre de 2011

Hasta siempre, viejo

Hipólito, en tu centenario vi que
ya no estaba el olmo junto a la iglesia.
Me habían cambiado el pueblo.
De repente faltas tú y, aunque ahora vaya más gente,
para mí se ha quedado vacío.
No necesito  ir para verte. Te llevo dentro.
Hasta siempre, viejo



 
 
 
Crucé la esquina
y no lo vi.
Miré desde el callejón
y no estaba,
 ni un vestigio
 ni un retoño
 ni una leyenda
              en su hueco.

Parecía perenne
como el curso del río
  como la roca que blinda
   la quietud de las bodegas,
    como las piedras del templo


No sé
si lo quemó el tiempo
si lo arrancó un rayo
o se cayó por enfermo.
Tampoco  he querido saber
    dónde dejaron
       sus restos.

He sentido un calambre.
Una parte de mí
se ha quedado
       vacía 
convertida en recuerdo.
  Ya nada es igual
      sin el olmo,
      sin  mi viejo.

Dos  hitos perdidos
que han dejado
en mi historia
     un poso
que irá conmigo
hasta el final
de mi tiempo.


He echado a andar
       llorando
sin lágrimas,
 sin decir palabra,
  sin volver la vista,
    sin despedirme
        del pueblo.


Luisfer



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